AQUEL "SUS LABORES -SL" DE ENTONCES

 

        Cuando escuché por primera vez al funcionario de marras aclararle a mi madre  que pusiera "SUS LABORES" en el apartado de profesión pensé: Mira que bien, le reconoce sus méritos de corte y confección. O las dos letricas "SL", siglas me corrigió el maestro, que  me sonaron a moderno y a dos garabatos más finos y cultos que la crucecica o el dedaco con  tinta de los analfabetos de entonces.  Ya de chaval y ayudándole con el papeleo fui a rellenarle la casillica de marras  de esta guisa. Había que ir a escape así que terminábamos rápido  para  no hacer esperar más a sus faenas que nunca acababan.

 

        Hasta que finalmente fui a caer en la cuenta, como en el chiste de Borges, que  tenían el truco de tapar el desaire de no venir a reconocérseles trabajo alguno ¡Un buen pegote, sí Señor! Tan "chic" él con el que ningunear a aquellas madres  solas ante el peligro como en las pelis. Y resultaban ser las de los mil oficios que dedicando toda su vida  a la casa y familias fueron marcadas con  el título de marras sin reconocérseles profesión alguna. Eso,a pesar de que de bien chiquiticas  ya comenzaban a ser las eternas aprendices de todo y todos: cuidar de los hermanos pequeños y abuelos, marchar a la capital a servir, costura y bordar, preparar el ajuar. Funámbulas del lebrillo a la cabeza y muy atentas a las comadres y muñidoras de la calle. Depositarias de saberes  ancestrales familiares. Practicantes de enfermeras  y curanderas. Mozas de servicio y becarias del silencio y la atención. Buenas abejas obreras de a pie. Jornaleras   a tiempo completo  sin vacaciones ni sueldo y amontonando  horas extras. ¡Un perfil profesional  que ahora se rifarían! 

 

           Y para dar fe, allá que veo otra vez a mi madre liada en todos aquellos  quehaceres de mis recuerdos. Hecha una jabata  en su trajín del no parar  llevando su casa y los que allá morábamos. Que no faltara el fuego, caldero o puchero, darle de comer a  los animales. Ordeñar y  asistirles .Atender visitas y el colegio, remendar lavadero amasar e ir al horno, hacer fideos, arreglar encurtidos y curar carnes y jamones. Cuidar del abuelo, ponernos cataplasmas y sus remedios caseros. La curandera reconocida  de la calle y hasta comadrona de vecinos y bestias. Igual limpiaba tripas que daba vueltas a la sangre. Escaldar y zotal como sus grandes trucos.  De rodillas dándole cal  a aquellos  azulejos. azulete y almidón a la ropa y alimentando de brasas a la plancha con sus propias manos  ya encallecidas. La socorrista de los muchos remiendos en mis ropas y arreglar mis miles de entuertos. La maga  organizadora  de visitas y eventos.  La fiel a  la iglesia a pesar de tener que hacerse sitio y ser la última en las procesiones. La que aún sacaba tiempo para salir a la fresca con sus manos siempre ocupadas haciendo manualidades sin cuento. Sus charradas, radionovelas e historias... ¡No hay tinta para acabar el retrato de aquellas vidas!

 

         Ya de estudiante descubría que SL significaba, para más inri, sociedad limitada y  aún lo entendí menos. Como si la economía las hubiera reducido a un gheto para diferenciarlas  de las anónimas que eran las de la pasta ¡Y el sambenito ya era de escándalo!

 

         Pero el tiempo a todos nos pone en su sitio como diría el clásico. Aquellas mujeres fueron rompiendo, a la chita callando, aquel muro forjando un currículum que las haría doctoras  cum laude en muchas disciplinas: en humildad y honradez; en decencia, servicio y mañosas. En limpieza de lágrimas y el canta que todo lo espanta. Que nada nos faltara y si no se inventaba. Las del todas a una con la familia y la calle. Las intendentes e ingenieras como buenas guardianas de la memoria y maestras de la vida...  ¡Menudo carrerón el suyo!

    

        El progreso y el abandono del campo por las ciudades venían a marcarles nuevos pasos; las liberaba junto a los recién estrenados electrodomésticos  de muchas de aquellas tareas. Y a la casilla traería el otro eufemismo más  sonoro si cabe: el de AMA DE CASA. Como lo del ama de cría o jefa del castillo cuando en realidad eran las chachas multiservicio. Sus rutinas diarias iban más cargadas si cabe en un mundo más complicado de búsqueda de realizaciones personales donde ellas siempre sacrificadas eran las últimas. Les habían robado la infancia entre sueños de Mujercitas y  Príncipe azul y un tal Miliquito les cantaba  que antes de almorzar no podían jugar hasta hacer las faenas. Y eso que la tele y propagandas  de la época  buscaban sus bonitos rostros; todo eran artilugios para hacérselo más fácil y verse más acomodadas, estar guapas para la llegada de su señor y distraerlas con fotonovelas y seriales lacrimógenos. Las que trabajaban aún eran más esclavas  por mucho que las hicieran reinas del hogar; les tocaba sudar más que nadie  en el trabajo y al volver todo estaba por hacer.

         

          El tiempo como siempre todo lo cura y da buena cuenta de resultados finales. Ahora que veo a mi suegra feliz pensionista y viuda, mujer que pasó estas etapas, niña mayor de 11 hermanos en la Andalucía profunda ; que tuvo que  emigrar, cuidar de 5 hijos y acabando por jubilarse como trabajadora de la limpieza. Sus casi 90 años se quedan cortos del empuje y ganas de vivir que muestra, incansable por y para tener que hacer día a día.  Lecciones que merece la pena  repasar  para no olvidar aquellas madres, abuelas y bisabuelas  hoy heroínas  ¡Qué suerte de haber estado  siempre ahí, allanando nuestros caminos, desde aquella casilla de salida tan peculiar de la que hoy he querido haceros justicia!

                                                                   Francisco Torralba Lopez

                                                                                         Junio del 2022


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